"Había un un hombre en Belén; vivían muchos hombres en Belén; pero este hombre de quien hablamos era un anciano respetado y querido por todos. No podemos figurarnos a un anciano venerable, en los tiempos antiguos, en los tiempos bíblicos, sin una larga barba blanca; la tenía copiosa y nívea este anciano. No podemos figurarnos tampoco a un varón antiguo, un varón bíblico, sin una numerosa prole; tenía este varón doce, quince o veinte hijos y contaba con muchedumbre de nietos. Pero vivía solo; su descendencia moraba en diversas ciudades. Vivía solo porque necesitaba su soledad para sus meditaciones. Sus meditaciones le sumían día y noche en la abstracción de todo; especialmente, en las noches. La casa en que vivía este anciano era chiquita, blanca y con una elevada azotea. No tocaban nunca los criados los artefactos que, en sus meditaciones, acompañaban al anciano. El mismo respeto que circuía al santo varón en las calles, le acompañaba en la casa. Le respetaban todos,...