Mientras los esperamos, voy a leerte esta historia: "Don Baltasar Miajas llevaba de empleado en una oficina de Madrid más de veinte años; primero había tenido ocho mil reales de sueldo, después diez, después doce y después...diez; porque quedó cesante, no hubo manera de reponerle en su último empleo y tuvo que contentarse, pues era peor morirse de hambre, en compañía de todos los suyos, con el sueldo inmediato...inferior. "Esto me rejuvenece", decía con una ironía inocentísima, humillado, pero sin vergüenza, porque "él no había hecho nada feo", y a los Catones de plantilla, que le aconsejaban renunciar el destino por dignidad les contestaba con buenas palabras, dándoles la razón, pero decidido a no dimitir, ¡qué atrocidad!. Al poco tempo, cuando todavía algunos compañeros, más por molestarle que por espíritu de cuerpo, hablaban con indignación del "caso inaudito de Miajas", el interesado ya no se acordaba de querer mal a nadie por caus...