No son las manos del vecino. Son mis manos. Antes de la plegaria. Y después de la plegaria. "A la hora del rezo contemplo mis dos manos. Qué vacías están, cómo me duelen las viñas en los dedos. Yo quisiera al rezarte, esta hora, levantarlas repletas de vendimia, de canciones maduras y de lentos atardeceres tuyos. Al terminar el rezo, contemplo mis dos manos. Qué llenas ahora están, cómo me pesan los dones en mis dedos. He cerrado los ojos un momento y al abrirlos oh, milagro al revés, alta cosecha, una brazada prieta de esperanza me madura la súplica. ¡Ahora mismo, Señor, te la reparto!. **** Buenas noches. ***