I -Dejar rastros. -Descubrir huellas. -Recorrer un tramo de playa que no haya pisado nadie. -Inventar espacios. -Hacer íntimo lo extraño. -Confundirse con el idioma del otro. -Dar la vuelta al mundo. -Desordenar los cuatro puntos cardinales para que el viaje sea infinito. II Así, pues, viví solo, sin tener con quien hablar de verdad, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara hace seis años. Algo se había estropeado en el motor. Y como no llevaba conmigo mecánico ni pasajeros, me dispuse a realizar yo solo una reparación difícil. Era cuestión de vida o muerte para mí. Apenas tenía agua para ocho días. La primera noche, pues, me dormí sobre la arena a mil millas de cualquier tierra habitada. Me encontraba mucho más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano. Podéis imaginar mi sorpresa cuando, al despuntar el día, me despertó una extraña vocecita que decía: -Por favor, dibújame un cordero... III Tardé mucho en comprender de dónde venía. El pri...