viernes, 14 de agosto de 2020

SOBRE LA FIDELIDAD...

 -hace tiempo que no os cuento un CUENTO.


JUNTOS PARA SIEMPRE

Oncor y su compañera eran dos gansos preciosos: pesaban cerca de seis kilos, tenían los largos pescuezos cubiertos de plumas negrísimas y níveos los pechos, sus cuerpos eran firmes y proporcionados y digna su andadura.

Sentían un profundo interés el uno por el otro.

En cuatro ocasiones habían efectuado ya el vuelo de ida y vuelta entre el Ártico y la bahía de Chesapeake. Cuando estaban en el aire, cada uno sabía lo que el otro se proponía; en tierra, se sentían responsables de su mutua seguridad. 

Los gansos tienen la particularidad (que no es regla en el mundo animal) de elegir a su pareja para toda la vida.

Así pues, Oncor se había unido con la suya para siempre.

Un día de septiembre, Oncor, su compañera y sus cinco crías se incorporaron a la bandada  que se dirigía al sur, volando en V, como un disciplinado escuadrón. 

Esta migración es una de las maravillas de la naturaleza: cientos, miles, millones de gansos salen  del Ártico canadiense.

Durante largos tramos volaban en silencio, pero por la noche sus graznidos, arrastrados por el viento helado, eran interpretados por los hombres como ¡onc-or! ¡onc-or!.

Cuando los gansos volaban sin parar todo el día, alcanzaban a cubrir casi 1600 kilómetros. Cuando el sol otoñal, se posaban en algún lago a descansar varias horas. Al anochecer los líderes indicaban a sus parvadas que debían volver a elevarse; así, pasaban la noche volando.

A lo largo de más de 5000 años, los antepasados de Oncor, igual que ahora él mismo, se habían detenido en unas marismas de la ribera norte del río Choptank, en Maryland, Estados Unidos. Se trataba de un lugar ideal para invernar, salvo por un detalle: era el feudo de una familia de cazadores, los Turlock, quienes sentían un apetito voraz por los gansos.

*

"Puedo comer el ganso asado, o bien picado con cebollas y pimientos, o si no rebanado con hongos", les decía Lafe Turlock a sus vecinos en la tienda del pueblo. "Quédense ustedes con el resto del año, a mí denme sólo el mes de noviembre con un ganso bien gordo tres veces por semana".

Lo que Lafe sabía de los gansos lo había aprendido de su padre y este del suyo: "Son las aves más inteligentes del mundo. He visto a un viejo macho venir con su bandada derecho a mi escondite, localizar mi arma, pararse en seco en pleno vuelo y llevarse a los suyos sin que yo haya podido disparar un solo tiro". Pateó la estufa y confesó: "El ganso asado es sabroso, porque es muy difícil de atrapar".

Cuando Oncor llevó a su escuadrón a las marismas de Choptank, observó el escondite del río y de la laguna; durante generaciones, los suyos se habían alejado de esos lugares. Vio los señuelos de la ribera, las lanchas para transportar a los cazadores al río, los perros al acecho. Dio entonces la señal y se precipitó en un círculo cerrado casi sin mover el ala izquierda, en seguida aterrizó con un delicado chapoleo en el claro de la marisma. 

Allí los gansos jóvenes escucharon por vez primera el sonido de las armas de fuego, Oncor y los demás machos les enseñaron a distinguir el destello del metal y a prestar atención al crujido de las ramas aplastadas por las botas de los cazadores. También les enseñaron que, para comer, la bandada debía tener apostado un centinela. La clave de la supervivencia era la vigilancia en todo momento. 

A mediados de diciembre, era evidente que los gansos se habían burlado de nuevo de Lafe Turlock. Ninguno se había posado en el escondrijo del río. 

"¡Esos condenados tienen una vista asombrosa! ", se quejó Lafe.

...*

 Sin embargo, Oncor tenía que dirigir su bandada durante el frenesí de la época de celo, cuando los gansos más jóvenes se volvían descuidados, igual que los gansos mayores que permanecían cerca de los primeros, cloqueando y disfrutando con lo que sucedía, sin fijarse en las armas escondidas. Tanto para Lafe como para Oncor, los últimos días del invierno fueron muy difíciles.

"No se preocupen. Estos pajaritos tienen que aparearse, y entonces vendrá la nuestra",dijo Lafe a sus muchachos.

Casi  con tanta exactitud como los gansos jóvenes, Lafe había previsto dónde efectuarían estos el cortejo en los matorrales de lo más profundo del bosque y ahí se apostó con sus hijos. Los gansos jóvenes, respondiendo a sus instintos, llegaron al paraje e iniciaron la danza. 

Dos de los machos elegían a una gansa, que tímidamente se hacía a un lado, arreglándose las plumas con el pico, como si estuviera ante un espejo. Los gansos se ponían frenéticos en un despliegue de furor se mordían, siseando, echándose hacia adelante y hacia atrás. De pronto uno de ellos atacaba al otro batiendo las alas y arqueando el pescuezo. Empezaba así la pelea en serio, cada uno de los gansos trataba de prender la cabeza del otro con su fuerte pico.

Mediante un arcano sistema de puntuación, en determinado momento para ambos rivales, para el resto de la bandada y, sobre todo, para la gansa anhelante, resultaba evidente que uno de los gansos había triunfado. Entonces venía la parte más conmovedora de los desposorios: "El vencedor se acercaba a la gansa, extendía el pescuezo todo lo daba y lo ondulaba suavemente hacia atrás y hacia adelante. Ella extendía entonces el suyo y lo entrelazaba con el del macho, rozándolo muy poco, torciendo y moviendo el cuello de una manera que constituye una de las manifestaciones más graciosas de la naturaleza". A medida que la danza se acercaba a su clímax, los gansos jóvenes de la bandada de Oncor se acercaron instintivamente al lugar de las  nupcias. Aunque Oncor se adelantó para interponerse, las aves llegaron al claro...

-Disparen- ordenó Lafe y las armas escupieron fuego. Cuando Oncor logró que su bandada despegaran del suelo, yacían por tierra suficientes gansos para llenar todo el refrigerador.

Cuando la bandada se reunió en las marismas, Oncor descubrió que uno de sus hijos había muerto. No tuvo tiempo de lamentarlo, pues también se dio cuenta de que su compañera faltaba. En el acto dejó su bandada y regresó a buscarla. Los cazadores se desconcertaron con su llegada. Buscaban a los ánsares heridos. Oncor voló precisamente por encima de sus cabezas, tomó tierra donde había visto caer a sus congéneres y ahí la encontró, sin poder volar "tenía el ala destrozada". En unos momentos serían localizados por los perros y los cazadores. Impulsándola con su fuerte pico, Oncor llevó a su compañera herida hasta el resguardo de las marismas más profundas. Cuando la gansa desfallecía, Oncor la acicateaba picoteándole las plumas, sin darle punto de reposo. Habían avanzado ya 200 metros cuando un perro husmeó a la gansa herida. Silenciosamente se aproximó más, dio un salto y cayó sobre ella. Lo que no previó fue que a su presa la acompañaba un macho decidido a protegerla. Oncor se irguió y con las alas y el pico vapuleó al perro.Éste, sorprendido, se echó para atrás, luego arremetió contra aquel ganso enfurecido. Se trabó entonces una lucha mortal e impresionante, el perro llevaba las de ganar. Pero Oncor demostró tener fuerzas insospechadas, "peleaba para salvar a su compañera" y en lo profundo de la marisma atacó al can aturdiéndolo con un agitado aleteo y picoteándole una y otra vez.

El perro se retiró con la testa sangrante.

Lafe gritó a sus hijos: "¡Ahí está uno herido! ¡Tigre atrapó a uno herido!. De inmediato, tres cazadores con sus perros se lanzaron a la marisma, pero Oncor puso a resguardo a su compañera. Se escondieron entre los juncos mientras los cazadores chapoteaban ruidosamente y los perros, sin el menor interés en toparse con lo que Tigre se hubiera encontrado, no se esforzaron mucho en buscarlo.

Una semana después, cuando el ala de su compañera sanó, Oncor condujo a la bandada hacia los páramos del Ártico canadiense. 

Al volar por un pueblecito del centro de Nueva York, los gansos graznaron estrepitosamente y la gente se asomó para seguir su vuelo con la mirada. "Van muy despacio", le dijo un niño a su madre. Tenía razón. Su velocidad no era la acostumbrada. Oncor no podía dirigir la bandada; tenía que ir a la retaguardia, para vigilar a su compañera convaleciente.

No importaba que volaran despacio; estaban juntos otra vez: ¡JUNTOS PARA SIEMPRE!.


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jueves, 13 de agosto de 2020

DOS POESÍAS de Gloria Fuertes.

OFTALMÓLOGO

Veía borroso el poema.

me mandó una medicina "lágrimas artificiales".

El medico me dijo: "Qué tengo que llorar más".

Dos gotas por la noche

y dos gotas al despertar.

Yo le dije:

-Doctor, por la mañana

al leer el periódico lloro 

y por la noche

si no está mi amor conmigo

a  chorros lloro.

El oftalmólogo insistió en las gotas

y en que tengo que llorar más.


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NUNCA POR LA MAÑANA

Nunca por la mañana 

pienso en el mañana.

Sólo por la noche 

cuando el broche

del día intranquilo 

pienso en lo humano y en lo divino.

Y me duermo aburrida con mi vaso de vino. 











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