viernes, 12 de diciembre de 2014

Preparando la Navidad. EL ASTRÓLOGO DORMIDO. Cuento de Navidad.


"Había un un hombre en Belén; vivían muchos hombres en Belén; pero este hombre de quien hablamos era un anciano respetado y querido por todos.

No podemos figurarnos a un anciano venerable, en los tiempos antiguos, en los tiempos bíblicos, sin una larga barba blanca; la tenía copiosa y nívea este anciano.
No podemos figurarnos tampoco a un varón antiguo, un varón bíblico, sin una numerosa prole; tenía este varón doce, quince o veinte hijos y contaba con muchedumbre de nietos. Pero vivía solo; su descendencia moraba en diversas ciudades.

Vivía solo porque necesitaba su soledad para sus meditaciones.
Sus meditaciones le sumían día y noche en la abstracción de todo; especialmente, en las noches.

La casa en que vivía este anciano era chiquita, blanca y con una elevada azotea.
No tocaban nunca los criados los artefactos que, en sus meditaciones, acompañaban al anciano.
El mismo respeto que circuía al santo varón en las calles, le acompañaba en la casa.
Le respetaban todos, sí; pero había también en todos -digamos la verdad- cierta reserva mental.
Y a veces esta  reserva se traducía en una ligera sonrisa irónica..
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La vida del anciano era sencilla;  meditaba, estudiaba, se sumía en hondas cavilaciones y daba también paseos por los contornos de Belén.
Acontecía que en sus paseos encontraba a hortelanos y labradores; se detenía él a charlar bondadosamente con ellos y solía darles consejos y hacerles prudentes prevenciones.
Siempre los labradores han creído en la influencia de la luna sobre las cosechas; de la luna se han esperado siempre medros; concordes con los cambios de la luna han solido hacerse tales o cuales operaciones agrícolas.
El anciano estaba versado en cosas del firmamento; ya es hora de que digamos que ese senecto varón era un astrólogo, no astrólogo imaginario, como el que aparece en la comedia de Calderón " El astrólogo fingido", sino astrólogo real y positivo.
Y si su ciencia era positiva, ¿por qué la reserva mental de las gentes, reserva mental que, como hemos insinuado arriba, se solía traducir en una leve sonrisa irónica?. A esta pregunta contestaremos con otra: ¿no acontece frecuentemente que hombres doctísimos, dados al estudio continuado, tengan algún tema, algún desvarío, cierto desarreglo mental, en fuerza de tanto trabajo y de tan hondas cavilaciones?.
A los labradores de Belén, con quienes hablaba el astrólogo, les daba buenos consejos, fundados en la ciencia; los labradores los agradecían; solía suceder -como sucede hoy- que tales o cuales efectos de la luna sobre las labores agrícolas eran vanos, ineficaces; pero los labradores -como ocurre también- seguían creyendo firmemente en la luna, es decir, que estaban, como vulgarmente se dice, en la luna. Agradecían todos los sabios avisos del astrólogo; se alejaba el anciano, y el labrador, de pie en su huerta, apoyado en la azada, movía a un lado y a otro la cabeza como diciendo: "¡Qué lástima!". Lástima porque este astrólogo tan venerable tenía el tema de descubrir las estrellas, y cuando creía haber descubierto alguna, se alborozaba como un niño, e iba por el pueblo de casa en casa pregonando y encomiando su feliz hallazgo.

Para estudiar las estrellas se necesitaba velar; había que observar el cielo, el inmenso cielo, durante la noche. No se disponía entonces -en los años anteriores a la Era Cristiana- de los poderosos aparatos de que hoy disponen los astrónomos. Ni tenía telescopio, nuestro anciano, ni podía tampoco, naturalmente, obtener estas admirables fotografías del cielo que se obtienen al presente. Pero su vista era penetrante, y con ella avizoraba en la noche, en las calladas noches de Belén, la inmensidad sidérea.
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Hacia mediados de diciembre, en el año anterior a la Era Cristiana, el astrólogo, a las doce de una noche descubrió una estrella. 
No sé si la descubrió o no la descubrió; pero lo cierto es que que al día siguiente este hombre, por su jovialidad, por su presteza, por su atropellamiento afable, parecía un niño.
Todo Belén se llenó con su charla y todos y todos los habitantes comentaban la noticia. 
Nadie, por respeto al anciano, se atrevía a decir que no creía ental descubrimiento. 
Alguien que velara a un enfermo, o algún labrador que se levantara a deshora, o algún trasnochador -debía de haber trasnochadores en Belén, como hoy los hay en todos los pueblos- ; ninguna de esas personas, digo, pudo ver la resplandeciente estrella nueva. 
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Días más tarde, la noche anterior al primer día de la Era Cristiana, lo que hoy llamamos Nochebuena, apareció en el cielo, a las doce de la noche, una maravillosa estrella.
Cansado de las vigilias anteriores y de sus profundos trabajos, esa noche el astrólogo se había dormido.
Todos, al día siguiente, al ver la anciano, corrían a su encuentro, le rodeaban afectuosamente y comentaban el suceso, en espera de que el anciano hablase. Ansiaban todos escuchar sus palabras; creían entonces en su ciencia; había llegado, por fin, la rehabilitación  del astrólogo. 
Y el astrólogo, el astrólogo dormido, les miraba a todos con cara de asombro y de incredulidad."

-------- autor: AZORÍN (seguro que lo habeis adivinado, su  estilo es inconfundible...) ------

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¿Es, este cuento, la historia de una decepción?.
¿Es, tal vez una reflexión?.
¿Nos ha querido decir, Azorín, que los acontecimientos más esperados, más importantes de nuestra vida, nos encuentran dormidos?.
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Son, estos días, días de pensar.

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