No son las manos del vecino. Son mis manos. Antes de la plegaria. Y después de la plegaria.
"A la hora del rezo contemplo mis dos manos.
Qué vacías están, cómo me duelen
las viñas en los dedos. Yo quisiera
al rezarte, esta hora, levantarlas
repletas de vendimia, de canciones
maduras y de lentos
atardeceres tuyos.
Al terminar el rezo, contemplo mis dos manos.
Qué llenas ahora están, cómo me pesan
los dones en mis dedos. He cerrado
los ojos un momento y al abrirlos
oh, milagro al revés, alta cosecha,
una brazada prieta de esperanza
me madura la súplica.
¡Ahora mismo, Señor, te la reparto!.
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Buenas noches.
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