lunes, 6 de diciembre de 2021

LA VALENCIA DE HACE UN SIGLO.

 EL AGUINALDO NAVIDEÑO por Teodoro Llorente.

El aguinaldo menudo degeneró mucho en los últimos tiempos. Todo el mundo se creía con derecho a solicitarlo: hasta el campanero de la parroquia y el barrendero de la calle... El timbre de la puerta no tenía un momento de reposo en vísperas de Navidad. Hubo que rebajar la cuota del aguinaldo, pasando de la plata a la calderilla.

De todos los solicitantes a un par de pesetas, que era lo que solía darse cuando el número de ellos era razonable, y por lo tanto muy reducido, los clásicos eran el cartero y el sereno. Pero estos funcionarios no se limitaban a entregar la tarjeta de "Felicita a usted las Pascuas", sino que agudizaban el ingenio u obligaban a que lo agudizase algún amigo, y "formulaban" en verso su petición, sobre una litografía de brillantes colores en que aparecía un sereno o un cartero en funciones y en momentos de lo más "sensacionales": el cartero, asediado por los vecinos de toda una calle, impacientes ante su presencia; y el sereno, en noche tempestuosa, recibiendo encima el copioso aguacero. Eran curiosísimas tarjetas litográficas, toscamente ejecutadas, y más curiosos aún aquellos ripios e ingenuos versos inspirados en el deseo de "enternecer" los bolsillos.

Como muestra de las aspiraciones de aquellos felicitantes, recordemos este díptico: "Para de mazapán poder hartarnos, danos una, no más, triste peseta".

Los vecinos daban muy a gusto este aguinaldo. El sereno era el vigilaba nuestro sueño y el que , en caso de apuro, nos prestaba algún servicio nocturno. Hace cincuenta años el vigilante era esa cosa desconocida o todavía muy rara. El sereno se había constituído en rey y señor de la noche, y se pasaba la velada rondando el barrio y cantando las horas: "¡Sereno, las once, lloviendo...!, decían algunos. El ingenio picaresco, queriendo, muy injustamente por cierto, parodiar los servicios de este funcionario, puso muy en boga este estribillo: "El sereno ha mort un gos, l´portat al hospital, ¡sereno...!".

También era el cartero otro de los servidores de los hogares a quienes se les estrenaba muy a gusto, sobre todo si en la casa había muchachita con novio y se entendía con su "dulce tormento" postalmente. En aquel tiempo se escribía menos que ahora. Una carta suponía alguna noticia importante, fausta o desagradable, y no solían menudear. A su recibo se pagaban cinco céntimos al cartero, y éste veíase  obligado a subir a todas las habitaciones para recibir el estipendio, salvo en las de "escaleta" y puerta cerrada, en las que avisaba con el aldabón su presencia. 

Tras estos clásicos "aguinaldos" siguieron el repartidor de periódicos y los aprendices de las diferentes industrias que surtían las necesidades de un hogar; y más tarde... sobrevino el "diluvio universal" y "el cierre hermético de muchos bolsillos", ante tan devastadora legión. 

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 Este artículo pertenece a las Memorias de un sesentón, una recopilación de evocaciones publicadas entre 1943 y 1948 por Teodoro Llorente.

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