viernes, 20 de abril de 2018

Hablemos de PRAGA. Hablemos de JAN NERUDA.

Estuve en Praga.
Estuve en el barrio de la Malá Strana.
Estuve en la calle de Jan Neruda.



Jan Neruda nació y vivió durante 17 años en el pintoresco barrio de la Mala Strada. Concretamente en el número 47 de la calle que ahora lleva su nombre (calle Nerudova).
Cuando no existía el sistema de numeración, las casas tenían un dibujo o pequeña escultura arriba (donde debía estar el número), para identificarlas. Esas figuras eran representaciones de la familia que las habitaba.
Por ejemplo:

-la casa del carnero rojo-

-la casa de los tres violines (ahí habían vivido tres generaciones de fabricantes de violines)-

-la casa del águila-

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-y la casa de Jan Neruda (tiene dos soles, pero no se ven en la foto)-


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JAN NERUDA

-La vida de Jan  Neruda transcurrió en Praga desde el año de su nacimiento 1834 hasta el año de su muerte 1891.
-Vivió su infancia y primera juventud en el barrio de Malá Strana. 
-Es uno de los máximos representantes de la "Escuela de Praga" de mediados del siglo XIX, una corriente literaria que será el antecedente literario de escritores de la talla de Franz Werfel o Kafka.
-Jan Neruda es un maestro del costumbrismo. Tiene agudeza a la hora de narrar; unas pocas pinceladas le bastan para retratar las personalidades más complejas. Su sutil y malicioso sentido del humor junto con la naturalidad y la sencillez que emplea en sus relatos, hacen de cada uno de ellos verdaderas piezas maestras.
-Quiero recordaros que el poeta chileno Pablo Neruda tomó su apellido, a modo de homenaje a este gran .escritor checo.

Tengo en mis manos una de sus obras CUENTOS DE LA MALÁ STRANA.
He seleccionado uno de ellos...a continuación os lo ofrezco:

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ESCRITO EN EL DÍA DE DIFUNTOS relato de Jan Neruda que forma parte de su libro Cuentos de la  Malá Strana.

"No sé cuántas veces vendrá todavía en el Día de Difuntos a visitar el cementerio de Kosir. Hoy por lo menos acudió penosamente -parece que las piernas ya no la quisieran obedecer-. Por lo demás, todo lo hizo de la misma forma que en los años anteriores. Cerca de las once su figura imponente y pesada descendió del coche en que había venido; detrás de ella sacó el cochero una corona de flores, envuelta en un pañuelo blanco, y finalmente bajó una niña de unos cinco años, de igual modo bien abrigada. Desde hace unos quince años siempre acompaña en ese día a la señorita María una niña de cinco años, a la que busca entre los vecinos.

-¡Bueno, nena! Mira cuánta gente hay aquí...,¿ves?. ¡Y tantas lucecitas y flores!. Sigue adelante, no tengas miedo. ¡Siempre adelante!. Yo te seguiré. 

La niña, muy azorada, echó a andar. La señorita María la seguía, animándola, pero sin indicarle ni siquiera la dirección en que debía ir. Así marcharon un rato, hasta que de repente la señorita María dijo: -¡Espérate!-. Quitó de una de las cruces de hierro una corona marchita, maltrecha por el viento, y colocó en su lugar la corona nueva, compuesta de flores encarnadas y blancas, artificiales. Después se apoyó con la mano libre en un brazo de la cruz y comenzó a rezar -sin arrodillarse, porque eso le costaba ya demasiado trabajo-.

-----retomo el relato...estuve en Almería una semana (porque no es el momento, si lo fuera os contaría mi aventura)-----






-sigo:

 Al principio sus ojos miraron al césped y a la tierra oscura de la tumba, pero después levantó la cabeza y sus grandes ojos azules, de franca mirada, que adornaban su ancha cara, de aspecto agradable, miraron como si vieran algo a lo lejos. Poco a poco los ojos se le llenaron de lágrimas; su boca empezó a temblar; los labios, que murmuraban oraciones, se contrajeron, y finalmente un torrente de lágrimas corrió por sus mejillas. La niña la miraba asombrada, mas la señorita ni veía ni escuchaba nada. Después de un rato, sin embargo, volvió en sí, haciendo, al parecer, un gran esfuerzo; suspiró largamente, sonrió con expresión dolorosa a la nena, y dijo en voz baja y algo ronca: -¡Bueno! ¡sigue, ángel mío, sigue!. Ve adonde quieras; yo te seguiré-.

Volvieron a marchar durante un rato de un lado al otro, por donde la niña le daba la gana, hasta que de repente tornó a decir: -¡Espérate!-. Y se acercó a otra tumba. Ante ella se repitió la misma escena; creo que no se detuvo ni un minuto más que ante la otra. Después metió la segunda corona marchita en el pañuelo, junto a la primera, cogió a su pequeña compañera de la mano y exclamó: -¿Tienes frío, verdad?. Bueno , vámonos, para que no cojas frío. Nos sentamos en el coche y vamos a casa. Te gusta andar en coche, ¿verdad?-. Lentamente volvieron al coche; primero colocaron las coronas en el interior; luego se acomodó la nena y después, laboriosamente, la señorita. El coche arrancó, y el caballo recibió dos o tres latigazos antes de ponerse al trote. Y esta escena, repetida ahora, fue la misma  que año tras año, ha venido sucediéndose en este día.

-----mientras copio este relato, además de ver lo minuciosamente que Jan Neruda es en sus descripciones, me llama la atención la frecuencia de los signos de puntuación que emplea (en un curso de narrativa dijo el profesor que debíamos ser parcos en su empleo), en todo caso pienso que cada uno es cada uno y nada es bueno ni malo ¿podríamos llamar a eso "libertad de expresión" o simplemente "moda"?, que cada uno de nosotros juzgue.---
-----y como este relato es largo...pues nos hemos metido en la Feria del Libro:




Si yo fuera todavía un novelista de poca práctica, escribiría aquí probablemente: -El lector se preguntará de quienes son aquellas tumbas-. Pero yo sé que un lector en su vida pregunta la menor cosa. El novelista tiene que obligar directamente al lector a que acepte sus obras, lo que resulta algo difícil. La señorita María era inaccesible y muy callada en lo que se refería a los sucesos de su vida, y no importunaba jamás a nadie, ni siquiera a sus amigos más íntimos, con sus historias. Tenía desde niña, y tiene todavía, una amiga única, la señorita Luisa, que en su tiempo era bastante guapita, ahora la viuda algo ajada del señor de Nocar. Esta tarde las dos volverán a encontrarse en casa de la señora de Nocar. Eso no sucede con frecuencia, pues la señorita va poco a ver a su amiga en la calle Vlasská; en general sale muy rara vez de su cuarto, en el piso bajo de una casa situada al pie de la colina de San Juan; casi puede decirse que no sale más que para oír  Misa muy temprano los domingos, en la iglesia de San Nicolás. Su corpulencia imponente hace que el andar le cueste mucho trabajo. Por esta razón su amiga no la quiere molestar y acude a verla a diario. La amistad sincera de hace muchos años las une casi inseparablemente.

Hoy, sin embargo, la señorita María estaría demasiado angustiada sola en su casa. Le parecería aún más deshabitada, más solitaria que otros días, y por esta razón se refugiaría en casa de su amiga. Y para la señora de Nocar tal día es de fiesta. Nunca prepara el café con tanto cuidado como hoy; nunca se preocupa tanto para que los pasteles le salgan bien y sean muy esponjosos. Y también toda su conversación tiene hoy algo de solemne y de festivo. No hablan mucho, pero lo que hablan, aunque sea algo monótono, tiene una significación muy honda. También hay lágrimas de vez en cuando y los abrazos son más frecuentes que otros días.

Finalmente, cuando ya están sentadas mucho tiempo una al lado de la otra, se llega al tema anual de su conversación.
-¡Qué quieres! -dice la señora de Nocar-. Dios nos dio casi la misma suerte. Yo tuve un marido bueno, que me trataba muy bien, y después de dos años de casados se me fue al otro mundo y no me dejó ni siquiera un niñito para alegrarme. Desde entonces vivo también sola, y no sé qué es peor: no llegar a conocer nunca a un hombre o llegar a conocer uno y perderle.
-Tú sabes que yo me resigné siempre a la voluntad de Dios -contesta después, solemnemente, la señorita María-. Yo supe mi suerte de antemano: lo había soñado. Soñé, cuando tenía veinte años, que estaba en un baile. Tú sabes que no había ido a un baile en mi vida. Nos paseamos al son de la música, y en un sitio alumbrado espléndidamente pareja tras pareja. Pero -¡cosa curiosa!- la sala de baile se parecía a un desván muy amplio que tenía por techo el tejado. De repente empezaron las parejas que estaban delante a bajar por las escaleras; yo iba la última, con un bailarín cuya fisonomía no recuerdo. Sólo quedamos pocas parejas arriba; en este momento miré en torno mío y vi que detrás de nosotros venía la Muerte. Vestía una capa de terciopelo verde; en el sombrero tenía una pluma blanca y llevaba espada. Me apresuré a bajar también, pero los demás habían desaparecido todos..., ¡hasta mi bailarín!. De repente la Muerte me cogió de la mano, sentí que me arrastraba. Después viví mucho tiempo en un palacio, y la Muerte hacía las veces de marido. Me trataba con mucha cortesía; me amaba, pero me era antipática. Alrededor de nosotros había una magnificencia inenarrable: todo cristal, oro y terciopelo, si bien yo no disfrutaba nada. Siempre estaba penando por volver al mundo, y nuestro criado -que era también una clase de Muerte- me contaba siempre lo que pasaba en el mundo.
A mi marido le dió lástima mi anhelo de volver a la vida; yo lo noté, y a la  
vez me dió lástima mi marido. Desde entonces supe que no me casaría nunca y que mi novio era la Muerte. Y tú sabes, Luisa, que los sueños vienen de la mano de Dios. ¿No es verdad que una doble muerte separó mi vida de la vida de vida de los demás?.

Y la señora Nocar llora entonces, a pesar de que oye referir aquel sueño por milésima vez, y el llanto de la amiga es como un bálsamo aromático para el alma dolorida de la señorita.

Y, en efecto, es bastante curioso que la señorita no se hubiera casado nunca. Era huérfana, independiente y propietaria de una casa bastante buena de dos pisos, al pie de la colina de San Juan. Tampoco era fea, lo que se advierte todavía hoy. Era esbelta y alta como raras veces una señora; sus ojos azules eran preciosos; su cara, aunque un poco ancha, era de facciones muy regulares y agradables. Sólo le afeaba tener, desde niña, la figura un poco corpulenta, lo que le había valido el mote de -María la Gorda- Debido a sus buenas carnes, era siempre algo comodona; ni siquiera jugaba de niña con los demás niños; y cuando fue mujer no iba a ninguna sociedad, su única salida diaria consistía en un corto paseo por las fortificaciones.

-----preciosa -retrato-, fijaros que no olvida nada (están descritos tanto sus rasgos físicos como los de su carácter).
-----sólo encuentro una contradicción: primero dice que su figura es esbelta y al poco la describe como gorda y corpulenta (¿por qué Jan?).
-----bueno...nadie ni nada es perfecto.

 No puede decirse que los habitantes de la Malá Strana se hayan preocupado por el hecho de que la señorita María no se hubiese casado nunca. Y si alguna vez una de las mujeres, de modo inopinado y con esa curiosidad tan corriente entre las mujeres, tocaba en su presencia la cuestión, entonces la señorita contestaba con sonrisa tranquila: -Yo creo que puedo servir a Dios también de soltera, ¿no es así?- Y si alguien hablaba de la misma cuestión con la señora de Nocar, ésta encogía los hombros, algo puntiagudos, y contestaba: -¡Pero si ella no quiso! Hubiera podido casarse varias veces, y muy bien; eso es una santa verdad. Yo sé de dos veces _eran los dos hombres muy buenos_ en que ella no quiso-.

Pero yo, el historiador de la Malá Strana, sé que los dos fueron unos juerguistas y no valían nada, puesto que no se trata de otras personas que del comerciante Cibulka y del grabador Rechner, y dondequiera que se hablaba de ambos siempre se decía: -¡Vaya unos puntos!-. No quiero decir con esto que fueran malos -¡no faltaba más!-, pero sí que carecían de méritos, que no había orden en su vida, ni ninguna estabilidad, y que no tenían sentido común. Antes del jueves no empezaba nunca Rechner a trabajar, y el sábado por la tarde ya había vuelto a dejar su labor. Podía ganar mucho dinero porque era muy hábil, según me confirmaba siempre el señor Hermann, paisano suyo, como mi madre; pero el trabajo no le hacía gracia. El comerciante Cibulka pasaba más tiempo en la bodega, aun cuando siempre debajo de las arcadas de su tienda, porque cuantas veces se ponía detrás del mostrador le entraba un sueño tremendo y no hacía sino gruñir. Se decía que sabía bien el francés, pero no se preocupaba de su negocio y su dependiente hacía lo que le daba la gana.

Estaban casi siempre juntos Cibulka y Rechner, y si alguna vez despertaba en el alma de uno de ellos un pensamiento noble, era cosa segura que el otro lo apagaba enseguida. Cierto que tampoco había otros compañeros de mejores cualidades con quienes pasar el rato. Por la cara afeitada del pequeño Rechner , con su barbilla angulosa, cruzaba siempre una leve sonrisa, lo mismo que cuando los rayos del sol penetran a través de la nubes, iluminando las tierras; su alta frente, con el pelo peinado hacia atrás, estaba siempre serena, y en derredor de sus labios pálidos había una eterna sonrisa. Su cuerpo, vestido con traje amarillo -su color preferido-, estaba en movimiento continuo y a cada momento se encogía de hombros.

Su amigo Cibulka, vestido siempre de negro, parecía más tranquilo, pero sólo cuando no se le conocía a fondo. Era seco como Rechner, pero algo más alto. Su reducida cabeza terminaba en una frente rectangular. Por debajo de unas cejas muy espesas brillaban unos ojos como chispas; el pelo, negro, estaba peinado hacia adelante y le tapaba las sienes, y un bigote negro , muy largo, cubría sus labios; cuando Cibulka se sonreía, por debajo del bigote, lucían sus dientes como la nieve. Había algo de salvaje al mismo tiempo que de buen corazón en su cara. Cibulka solía reprimir la risa hasta que no podía más, y entonces prorrumpía en carcajadas; sin embargo, pronto se tranquilizaba. Se entendían los dos con una sola mirada, y ya sabían con ella todo lo que habían querido decirse, hasta con todas las observaciones. Pero raras veces se sentaba alguien ante su mesa, pues sus ocurrencias eran, para aquellos honrados vecinos, demasiado ligeras, demasiado salvajes; la gente no las entendía y creía que su conversación era algo así como una blasfemia continua.  Cibulka y Rechner, a su vez, no buscaban la compañía de la rancia sociedad de de la Malá Strana. Por la noche preferían cien veces las tabernas del Staré Mêsto. Recorrían juntos la ciudad, y hasta el  lejano barrio de Frantisek cono cía sus frecuentes visitas. Sien las altas horas de la noche se oía por las calles de la Malá Strana alguna risa alegre, uno podía estar seguro de que Cibulka y Rechner pasaban en busca de sus respectivas casas.

Los dos tenían aproximadamente, la misma edad: la misma que la señorita María. En su tiempo habían ido juntos al colegio de la parroquia de San Nicolás, pero desde entonces ni se preocuparon ellos de ella ni ella de ellos. Se veían sólo en la calle, y entre los tres no se cambiaba más que algún saludo ligero, ni siquiera muy atento.
*
De repente, sin embargo, recibió la señorita María una carta por el recadero, cuidadosamente y casi caligráficamente escrita. Cuando la leyó le temblaron las manos y la carta cayó al suelo. Rezaba así:


Muy señorita mía y de mi consideración más distinguida:
Seguramente se asombrará usted de que le escriba un servidor. Pero todavía más le asombrará el contenido de la presente. No me atreví nunca a acercarme a usted, pero para no andar con rodeos superfluos, ¡yo la amo!. La amo hace mucho tiempo. He examinado mi corazón y estoy convencido de que si debe haber para mí una felicidad, dicha felicidad no la puedo encontrar más que con usted.
¡Señorita María!. Acaso se asombrará y me rechazará usted. Acaso las murmuraciones han manchado mi fama a los ojos de usted, y usted no tendrá para mí más que desprecio. No puedo hacer otra cosa que pedirle el favor de que no proceda con precipitación, de que lo piense todo bien antes de pronunciar la palabra decisiva. Lo único que puedo decir es que en mi persona encontrará usted un marido que no pensaría en otra cosa que en hacerla feliz.
Una vez más le ruego: piénselo bien. Dentro de cuatro semanas espero su decisión; ni un momento antes, ni después.
Mientras tanto, le pido perdón por la molestia.
A los pies de usted y en espera de sus noticias.
------------------------------------------------Vilen Cibulka-------------------


*
La señorita María tenía la cabeza hecha un bombo.
Tenía treinta años y de repente se encontraba con la primera declaración de amor.
¡La primera de verdad!.  

Por sí misma nunca hubiera pensado en el amor, y nunca nadie le hubiera hablado tampoco hasta entonces de amor. Su cabeza ardía; en sus sienes latía la sangre; le faltaba la respiración. No era capaz de pensar con serenidad. Sólo a través de la neblina que turbaba sus ojos veía a ratos una imagen determinada: la cara sombría de Cibulka.

Al fin recogió la carta del suelo, y volvió a leerla, sin cesar en su temblor. -¡Qué carta más hermosa!...¡Qué tierna!-.

No pudo resistir: tenía que enseñar la carta a su amiga, la ya entonces viuda de Nocar. Sin decir una palabra, le enseñó al carta.
-¿Ves? -exclamaba la señora de Nocar. En su carta se reflejaba gran perplejidad-. ¿Y qué piensas hacer?.
-No lo sé, Luisa.
-Bueno, bastante tiempo tienes para pensarlo...Perdona que te lo diga, pero tú sabes lo que son los hombres y que muchos no buscan más que dinero. Más, al fin y al cabo, ¿por qué no podría ser verdad que él te quisiera de veras?. ¿Sabes qué haré?. Me enteraré bien de todo.

La señorita María callaba.

Cibulka es un hombre guapo: tiene unos ojos negros como el azabache, un bigote negro también y unos dientes tan blancos como el azúcar. En resumen, es un hombre guapísimo.

Y la señora de Nocar se inclinó hacia su amiga, callada, y la abrazó efusivamente.

La señorita María se puso roja como una amapola. Pero precisamente na semana después se encontró la señorita María, al volver de la iglesia, con otra carta. Y leyó, con asombro creciente: 
**
Muy señorita mía:
No me tome a mal que me atreva a escribirle. Pero las cosas son así. Yo pienso en casarme, y para mí casa necesito una buena ama; más no tengo conocimiento; mis ocupaciones no me dejan tiempo para entretenimientos y he llegado a la convicción de que usted sería la mujer que necesito. No me lo tome a mal, pero yo soy un hombre bueno y usted no se llevaría conmigo decepción alguna; tengo lo suficiente para vivir y sé trabajar y, con la ayuda de Dios, no le faltaría nada. Tengo treinta y un años, usted me conoce y yo la conozco a usted; sé que usted tiene fortuna; pero eso no es un inconveniente y está bien así. Sólo quiero decir que mi casa ya no puede quedar mucho tiempo sin ama y que no podría esperar mucho tiempo, y por eso le ruego tena la amabilidad de contestarme lo más tarde dentro de quince días, puesto que en caso contrario me tendría que dirigir a otra parte.
 No soy un romántico y no sé decir palabras bellas, pero sé querer, y quedo, hasta dentro de quince días , su s. s.,
--------------------------------------------------Jan Rechner,  (grabador)------------------
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-Escribe sinceramente, como un hombre sencillo -dijo aquel día por la tarde la señora Nocar-. Ahora tienes que elegir. Y ¿qué es lo que piensas hacer?.
-¿Qué voy a hacer? -se preguntó la señorita María, a su vez, entre sueños.
-¿Quieres a uno más que a otro?... Francamente, ¿cuál te te gusta más?.
-Vilen -contestó en voz baja, poniéndose coloradísima, la señorita María. 

Cibulka era ya Vilén a secas: Rechner estaba perdido. Se decidió, pues, que la señora Nocar misma haría el borrador de la carta para Rechner y que la señorita María lo copiaría.

Y no pasó ni siquiera una semana hasta el día en que la señorita María volvió a ver a su amiga, porque había recibido otra carta. Su cara estaba radiante de satisfacción.
***

La carta rezaba así:


Muy señorita mía:
Le ruego no me tome a mal; la cosa está bien y yo no tengo la culpa. Si hubiera sabido antes que otro que pretendía su mano y que ese otro era mi buen amigo Cibulka, no habría dicho nada y yo nada sabía. Ya le he dicho todo y me retiro voluntariamente, puesto que él la quiere a usted, mas espero que usted no se reirá de mí, porque eso no estaría bien y yo puedo encontrar mi felicidad también en otra parte.
Sin embargo, es una lástima, pero eso no importa, y no olvide usted que soy siempre s. s.,
-----------------------------------------------------------------------------Jan Rechner  (grabador)----------- 

-Bueno -dijo la señora de Nocar-. Ya saliste de tus preocupaciones.
-¡Gracias a Dios!.

Y la señorita María se quedó solita, aunque su soledad le era entonces muy dulce. Sus pensamientos se fijaron en el porvenir, y eran tan encantadores, que volvía sobre ellos sin cansarse nunca. Y de esa manera todos adquirieron más y más plasticidad y todos se unieron en un conjunto. en un cuadro de su vida, de una felicidad sin fin.

Al día siguiente, sin embargo, la señora de Nocar encontró a la señorita María algo delicada. Estaba acostada en el sofá, pálida, y sus ojos encarnados de tanto llorar.
La asustada amiga casi no se sintió capaz de pronunciar palabra. La señorita María rompió otra vez a llorar, y después señaló silenciosamente hacia la mesa. Sobre ella había otra carta.

La señora de Nocar sospechó algo terrible. Y en efecto, la carta era muy seria:
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Muy señorita mía y de mi consideración más distinguida:
¿De modo que no hay felicidad para mí?. Se desvaneció el sueño, me arde la frente y mi cabeza me da vueltas.
Sin embargo, no quiero seguir el camino erizado de esperanzas frustradas; no quiero ponerme en el camino de mi mejor amigo, de mi único amigo. ¡Pobre amigo; tan pobre como yo mismo!.
Es verdad que usted no se ha decidido todavía; pero ¿qué decisión podrá usted tomar en este caso?. No podría vivir feliz viendo a mi amigo fraternal en  la desesperación. Y aunque usted me ofreciese la copa de todos los goces de la vida, no podría aceptarla.
Estoy decidido: renuncio a todo.
Le ruego sólo una cosa: no se acuerde de mí, por lo menos para burlarse.
Su afectísimo. 
-----------------------------------------------------Vilén Cibulka.-----------------------
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-¡Qué risa! -y la señora de Nocar rompió a reír a carcajadas.

La señorita María la miraba interrogativamente muy preocupada.

-¡Sí! -y la señora de Nocar se quedó pensativa-. Son gente muy noble; los dos son nobles, eso se ve. ¡Pero tú no conoces a los hombres, María de mi alma!. Esta nobleza no perdura; de repente echan los hombres toda la nobleza a un lado y no piensan más que en sí mismos. Déjalos , María; ¡ya se decidirán!. Rechner parece un hombre muy práctico, pero Cibulka..., ése se ve: ¡te quiere con delirio! ¡Cibulka vendrá con toda seguridad!.

La mirada de la señorita María adquirió de repente una expresión soñadora. Creyó las palabras de su amiga, y la amiga creyó la santa verdad de sus propias palabras.
Eran dos almas cándidas, buenas; no se les ocurrió la menor sospecha.
Tal vez se hubieran quedado consternadas con sólo pensar que acaso no se trataba de otra cosa que de una broma muy pesada, de muy mal gusto.

-¡Espérate! ¡Ya vendrá; ya se decidirá! -la consoló la señora Nocar, una vez más, al despedirse.

Y la señorita María esperó, y sus pensamientos anteriores volvieron a aparecer. Es verdad que no le hicieron la misma impresión encantadora que antes; había en ella, por el contrario, algo de elegíaco, pero a la señorita le pareció que, aunque aquellos pensamientos eran algo tristes, por esta misma circunstancia se le hacían cada vez más caros.

La señorita María esperó y esperó..., y los meses pasaron uno tras otro. 
De vez en cuando, al dar sus acostumbrados paseos por las fortificaciones, encontró a los dos amigos, puesto que seguían viviendo juntos. Es posible que que mientras los dos le eran completamente indiferentes no se hubiera fijado demasiado en tales encuentros, mas después le pareció que se sucedían con una frecuencia sospechosa. -¡Te están siguiendo, ya verás!-, observaba la señora Nocar.
Al principio la señorita María bajaba los ojos cuando los encontraba. Después se atrevió a mirarlos. Ellos le abrían el paso entre los dos; cada cual saludaba lo más cortés posible y después  miraban al suelo, como si de repente se hubieran puesto tristes. ¿Notaron algunas veces la pregnta ingenua que estaba escrita en los ojos azules de la señorita?. De lo que estoy seguro es que ella no se dió jamás cuenta de que ellos se mordían los labios para no soltar la risa.

Pasó un año. 
La señora Nocar trajo mientras tanto noticias muy curiosas y se las comunicó a la señorita algo avergonzada: que los dos eran algo frívolos; que no se les llamaba otra cosa que juerguistas, y que acabarían mal.
Eso, por lo menos, decía todo el mundo.

A la señorita María cada noticia le costó un ataque de nervios. ¿Acaso ella tenía la culpa también de eso?. La amiga no sabía qué aconsejar. Y a la señorita le impidió su vergüenza de mujer dar ella misma un paso decisivo. Sin embargo, tenía la impresión de que con su silencio hacía algo malo.

Pasó otro año muy triste, y enterraron a Rechner. Murió tísico. La señorita María estaba aterrada. Ese Rechner tan práctico, como decía siempre la señora de Nocar, ¡y consumido de pena!...

La señora de Nocar recobró ánimos y decía: -Ahora ya lo tienes decidido todo. Ahora Cubulka esperará algún tiempo , y entonces vendrá-. Y abrazaba a la señorita María que temblaba de emoción.

Cibulka no tardó mucho. Cuatro meses después él también estaba en el camposanto de Kosir. Una pulmonía había acabado con él. Y ahora ya hace dieciseis años que los dos están allí.

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Por ningún precio se decidiría la señorita María en el Día de Difuntos a acercarse antes a una tumba que a la otra. Por eso es una niña inocente de cinco años la que debe decidirlo, y en la tumba a la que la niña llega primero coloca la señorita la primera corona.

Además de las tumbas de Cibulka y de Rechner, adquirió la señorita una tercera tumba a perpetuidad. La gente cree que la señorita María tiene la manía de adquirir tumbas que no le importan absolutamente nada. La señora Magdalena Toepfer estaba ya enterrada en aquella tercera tumba. Bien es verdad que era una señora muy sabia y de ella se cuentan muchas cosas. Cuando enterraron al señor Vels y la señora Toepfer vio que la cerera señora Hirt pasó por encima de la tumba contigua, dijo enseguida que la cerera daría a luz un niño muerto. Así sucedió. Cuando la señora Toepfer fue una vez a ver a su vecina la guantera y vio que estaba limpiando zanahorias, dijo en seguida que tendría un niño con pecas. Y Marina, la hija de la guantera, tiene los pelos como un ladrillo y tantas pecas que da miedo.

Pero, como dijimos, a la señorita María aquella señora no le importa absolutamente nada. Mas la tumba de la señora Toepfer se encuentra aproximadamente equidistante de las tumbas de Cibulka y de Rechner.
Sería ofender la perspicacia de mis lectores explicar por qué la señorita María compró aquella tumba, en la que ha de dormir su sueño eterno.

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Y después de conocer a Jan Neruda y saber algo de su época y su literatura; creo que sería interesante ahondar en el "costumbrismo".
Pero eso será en la próxima entrada.

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