domingo, 16 de septiembre de 2012

capítulo IV: EL MAYOR DE LOS REGALOS ("678 monjas y un científico").

-debió ser duro para David Snowdon pedir a las hermanas que donaran, al morir, sus cerebros; piensa, María que eran los años 80-
-hasta la gente más caritativa, que suele ser al mismo tiempo creyente, tenía serias dudas en hacerlo, precisamente por su religiosidad: "si donamos algún órgano, ¿cómo llegará nuestro cuerpo ante Dios el día de la eterna resurrección?"...-



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El convento de Mankato fue el primero que visitó D. S., para pedir a las monjas que donaran su cerebro.
"....Comencé la presentación dando las gracias a las hermanas por haber acudido a escucharme.

-He venido a hablar de la enfermedad de Alzheimer. Se trata de una de las enfermedades más deshumanizdoras que existen y ha desconcertado a los científicos durante décadas. Hay muchas víctimas aparte del paciente: su familia , sus amigos y los que se ocupan del enfermo, todos se sienten profundamente afectados mientras presencian e intentan hacer frente a su deterioro implacable....

Y entonces aventuré que para hallar la solución, necesitabamos estudiar el cerebro....Les expliqué que Dios había rodeado el cerebro de un cráneo inceiblemente fuerte, que no sólo lo protegía sino que también lo ocultaba de la vista, ni las poderosas máquinas TAC, nos permitían verlo.

Respiré hondo y comencé a describir nuestro nuevo estudio:
-las hermanas que participaran tendrían que someterse a una serie de evaluaciones físicas y mentales cada año.
-también se les pediría que donaran el tejido cerebral después de morir (dije "tejido" en lugar de "cerebro"para que resultara menos duro).

Silencio sepulcral....La hermana Borgia Leuther, de 95 años, alzó la voz:
-Nos está pidiendo ayuda. ¿Cómo vamos a negarnos?.

Durante las semanas siguientes, recibimos un caudal contínuo de impresos de consentimiento de las hermanas. Cada impreso estaba cofirmado por la superiora del convento que tenía poder notarial sobre las hermanas, eso daba validación ética a la donación.

Tiempo después, algunas hermanas me explicarían como habían resuelto el dilema:
-el deseo de ayudar a los demás había sido más fuerte que las dudas.
-algunas tenían experiencias personales:"cuando mi hermana falleció en la infancia, mi madre accedió a que le practicaran la auptosia porque creía que así ayudaría a otras familias en el futuro"..
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Habíamos dado el primer paso importante. Y esas mujeres habían entrado en los anales de la historia médica.
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Pero también hubo sombras.
Varias hermanas aceptaron y, luego, cambiaron de idea porque sus familias se oponían a la donación del cerebro ("quiero vivir los últimos años de mi vida en paz con mi familia; cada vez que nos reunimos me preguntan...."). Otras contaron a su superiora que no podían participar porque creían que tenían que volver a Dios como habían llegado.

Nunca presionamos a nadie. Nunca quisimos que sintieran  que tenían que dar explicaciones. No queríamos que esas mujeres que habían dedicado su vida a dar, pensaran que estaban decepcionando  a alguien.
Cuando una hermana me confiaba que le entristecía el hecho de no participar, yo intentaba levantarle el ánimo: "Hermana, no nos olvide en sus oraciones. Así seguirá formando parte del estudio".
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Al final, 678 de las 1.027 que reunían los requisitos, aceptaron participar  en el programa de donación de cerebros.

"El estudio de las monjas" tendría el poder de reubicar las lineas divisorias relativas al conocimiento sobre la enfermedad de Alzheimer y el envejecimiento cerebral.
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