martes, 14 de marzo de 2017

LAS FALLAS DE ANTAÑO. Teodoro Llorente (Memorias de un sesentón).

"Las fallas de antaño eran cosas muy distintas a las de ahora. De carácter completamente localista la fiesta, porque no tenía otra finalidad, ni más aspiración que ridiculizar un vicio, o una torcida pasión, castigando con el fuego a los "delincuentes", divertían al vecindario, a la vez que le ofrecían aquella lección social moralizadora.

Era un festejo completamente popular, que arrancaba de las clases más modestas, y así las comisiones falleras de antaño las constituían los "personajes" más populares del barrio: el peluquero, el dueño de la "botigueta", el empleadillo del Estado, el carpintero, el vecino dicharachero, el poeta de pocos vuelos, el artista aún en canuto...

No había siquiera la vanidad de llevar a los papeles impresos los nombres de los componentes de la comisión, ni en ellos figuraban jamás personas de campanillas.

Con treinta o cuatro duros se armaba una falla, que se reducía a cuatro bastidores de tela de clase más inferior, pintarrajeada; una escena simplicísima sobre el tablado, con dos o tres muñecos mal modelados y vestidos con trajes de desecho, y por todo adorno cuatro macetas pintadas de verde o rojo en las esquinas del tablado.

Algunas de esas fallas tenían "movimiento", que consistía en que las figuras levantasen uno de los brazos, caminaran unos pasitos y volvieran la cabeza de un lado a otro.

Uno de los falleros metíase debajo de la plataforma, por reducida puerta, y con unos cordones manejaba los muñecos. ¡Y qué bullicio se producía en la multitud al ver aquellos monigotes remedar tan toscamente los movimientos humanos!.

La calle en que se erigía la falla se adornaba con pequeñas banderolas de los colores nacionales, cruzadas y pegadas a las cuatro caras de la plataforma, y en las paredes de las casas más próximas, escritos sobre papel, destacábase ripiosas cuartetas alusivas al asunto de la falla, generalmente oscuro para la mayoría de las gentes y excesivamente claro para los vecinos del barrio, porque siempre, o por lo menos la mayoría de las veces, aludía a cosas de la barriada.

Las fallas se colocaban durante a madrugada de la víspera de San José y se quemaban aquella misma noche, sin más jolgorio en su breve existencia que los destemplados "acordes" de alguna charanga, y sin otro aliciente que el que producía la invitación a comer buñuelos del puesto instalado en alguno de los establecimientos de la calle, anunciado con un tronco de laurel colocado a la puerta.
Muy a la vista del público, una mujer ataviada con blanquísimo delantal y bien peinada, ante una gran sartén llena de aceite, confeccionaba tan sabrosa repostería.

Y eso era todo. De aquí ha nacido esta clamorosa  fiesta en que se manejan millones y se derrocha arte".


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