domingo, 11 de septiembre de 2016

ESA MUJER QUE SUEÑA...

-me doy cuenta que de un tiempo a esta parte, muchos de los capítulos de mi blog, los han escrito otras personas, y que yo me he limitado sólo a copiarlos.-
-cuando leo algo que me gusta y con lo que coincido, pienso"esto les gustaría a mis amigos/amigas del blog", entonces os lo copio...siempre, por supuesto, pongo el nombre del autor.-
-lo que os ofrezco hoy es un artículo que he leído en la revista CRÍTICA-

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Esa mujer que sueña de Norberto Alcover.

"Mi infancia está dominada por la figura de una mujer fuerte y decidida, entregada totalmente a la felicidad ajena, capaz de cualquier esfuerzo sin venderlo en el mercado de la gratitud, que lentamente perdió su resplandor familiar y social , hasta encontrarse, ahora mismo, en manos de cuidadoras excelentes que la acompañan en esta recta final que llamamos ancianidad y que concluye con la muerte, es decir, en una vida eterna de adoración, de plenitud y de dicha sin fin.
Comprenderá el lector que escribo de mi madre, una mujer de 97 años, a ratos perdida en la demencia senil propia de la edad, pero en otros momentos capaz de recordar con una finísima precisión instantes del pasado hasta desconcertarnos a todos. Su memoria está, ya,exenta de intereses y propende a la verdad absoluta, insisto dejando de lado ese pudor que esconde tantas veces detalles inconfesables de nosotros mismos. Madre Mercedes dice lo que ha sido sin fisuras. Y descubro que su vida está atravesada por un sueño. El sueño de darse a los demàs sin medida, sobre todo darse a mi padre, muerto hace largos años.
Porque en ocasiones, me confunde con él, y en tales momentos experimento toda su ternura para con el hombre que compartió gran parte de su tiempo y de su espacio. Me toma la mano, me la aprieta y me pregunta -¿cómo están los niños?- .Le acarició la cara y le respondo que bien, que se abren camino, que ya son mayores, que muy pronto pasarán a vernos, y tantas cosas más. Una delicia de manos apretadas en el silencio de la tarde, en ocasiones completamente solos y en otras acompañados. Sueños de madre.
Uno, que está trastornado por la experiencia de la belleza, de la cultura de la belleza como punto final de toda experiencia humana y divina, sabe muy bien que este sueño maternal es, sobre todo, bello en sí mismo. Tal es su perfección, su serenidad, su equilibrio, su trascendencia, hasta el punto de que lo eterno tan lejano, tan lejano siempre de lo, se nos descubre en situaciones semejantes. Cuando algún detalle inmanente se abre en canal y nos permite alcanzar su veta de eternidad sin paliativo alguno. La contemplación de mi madre como punto de llegada de un sueño de donación gratuita a los demás pero sobre todo a su esposo, mi propio padre, tal contemplación convierte ese sueño en el paradigma de la belleza en sí misma considerada como ultimidad humana y divina. El no va más de lo expresable en el cielo y en la tierra. Cuando toma mi mano y la aprieta, me comunica ese trémulo indescifrable que me trasporta a un territorio sin mácula alguna, el territorio donde nosotros, los humanos, nos hacemos capaces de rozar la Belleza de la Creación, cuando todo era bueno. Seguro que mis lectores conocen perfectamente este trémolo inductor de lo sublime. De lo perfecto.
Ahora que tanto se habla de los derechos de la mujer, y con razón, me gustaría sin remilgos, recomendar a todas mis compañeras de vida y de esperanza, que su ascenso en la escala social jamás elimine en sus personas la capacidad de soñar sueños de donación gratuita a los demás, y muy especialmente a los hombres que aman. Sé muy bien que también que los hombres tenemos que pretender idéntico objetivo, por supuesto. Pero tengo la absoluta convicción, al cabo de los años, de que una mujer alcanza su plenitud cuando es capaz de entregarse a los demás y en concreto a un hombre determinado a lo largo y ancho de su existencia.
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Mi madre, esa mujer que sueña.
La belleza hecha ancianidad.
Yo la miro y la contemplo como si fuera mi padre.
Hay que ver.
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-hubiera eliminado algún párrafo...pero eliminadlo vosotras (el que escribe, en este caso la que copia, debe dejar libertad al lector...)
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