jueves, 15 de septiembre de 2022

NO VOLVERÁ A OCURRIR...

 ...o no quisiera que volviera a ocurrir, estar tantas semanas sin escribir. He estado en un lugar donde no tenía internet.  

He cuidado árboles, he regado plantas, he sembrado semillas. Seguro que sabéis que "las mujeres cuando ya no tenemos a nadie a quien cuidar cuidamos plantas". Esa soy yo.

También he recogido material para ponerlo aquí, otra de mis debilidades o manías...

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EL VALOR DEL SILENCIO-  de Lluis Martínez Sistach.

Se ha escrito que "la capacidad de silencio en el hombre es el termómetro de su calidad y nobleza". Por desgracia, actualmente, aumenta el ruido y disminuye el silencio. Y el silencio es lo que más necesitamos. Las personas que forman nuestras comunidades monásticas son los testigos del valor del silencio; mujeres y hombres cristiano/as que en su vida hacen silencio y rezan.

Hoy cuesta encontrar tiempo para la reflexión. Si queremos reflexionar, hemos de crear silencio en nuestro propio entorno y entrar en él sin miedo. El silencio concentra nuestra  vida y nos ayuda a darle profundidad y a vivirla en plenitud.

El silencio es necesario para encontrarnos a nosotros mismos y para autodescubrirnos auténticamente; nos ayuda a mirar hacia el pasado con ecuanimidad, el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar a Dios, a los hermanos y a la naturaleza con una mirada nueva y nos ayuda a proyectarnos hacia los demás con una mayor generosidad.

El silencio habla. Puede parecer una contradicción, pero no lo es en modo alguno. Sin embargo, es necesario saber escuchar el silencio, porque nos aporta siempre un mensaje de sabiduría. En el silencio vemos con mayor claridad nuestra propia vida, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. 

En el silencio escuchamos también a nuestra conciencia.

Un escritor inglés ha dicho que "el silencio es el gran arte de la conversación", porque en la conversación es muy importante saber escuchar al otro cuando habla. Y esto pide una cierta capacidad de callar y de hacer silencio en nosotros. Sólo así podemos escuchar realmente al otro y establecer un diálogo.

Nuestros monasterios nos recuerdan que Dios habla en el silencio. Y ante la soledad que nuestra civilización fomenta, a todos nos es muy necesario y provechoso este diálogo interpersonal con Él, un diálogo de amistad.

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