Mis padres me decían, siendo yo niña: "un día perderás las orejas".
Las orejas no las perdí, pero pierdo las llaves, los libros, el carnet de conducir, el carnet de la biblioteca....
Sin embargo lo encuentro todo, pero cuando busco otra cosa. Vereis:
-esta semana, buscando el carnet de conducir, encontré el de la biblioteca....
-buscando las llaves, encontré el libro que, con pena, ya había dado por perdido.
-y así todo.
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Hoy he encontrado un artículo de ANDRE MAUROIS que tenía perdido desde hace 33 años exactamente.
¡Qué alegría!.
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Vamos a releerlo junt@s.
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE 80 AÑOS
por ANDRE MAUROIS
(de la Academia Francesa)
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¡Ochenta años!. Una gran edad que nunca creí alcanzar, cuando a los dieciocho años el médico militar que me auscultó me dijo: "No, no podemos admitirle: usted es muy débil." Yo insistí y él terminó por aceptar mi enganche, agregando sombrías predicciones.´
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Como tantos hombres delicados, he durado. ¿Por qué? En parte, creo, porque he hecho una vida de trabajo ininterrumpido que me ha impuesto una disciplina severa.
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Sobre todo, porque mi maestro, Alain, me enseñó el deber de ser feliz.
He recibido duros golpes como todo el mundo.
Yo he procurado olvidarlos.
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El buen humor ha mantenido la buena salud.
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Sin embargo a los 80 años comienzo a sentir las fatigas de una larga vida.
El trabajo intelectual sigue siendo para mí fácil y agradable. El último libro de mi vejez ha tenido los mejores comentarios de mi carrera.
Pero el cuerpo muestra las señales de desgaste.
Me ha gustado hacer largas caminatas, pero ahora toda marcha me fatiga.
Me encanta conversar y me reúno todavía con un pequeño grupo de amigos. Pero si el grupo se extiende, si los interlocutores se separan, escucho mal.
Pronunciar un discurso, dar una conferencia, me pareció durante mucho tiempo un juego placentero; hoy ésto representa un esfuerzo penoso.
En resumen, he llegado a la hora del descanso.
Hay que amarrarse el cinturón y frenar.
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Alguien me ha preguntado: "Echadas las cuentas, ¿os ha dado la vida todo aquello que habeis esperado?". Yo respondo: "La vida me ha dado más de lo que yo esperaba".
Cuando siendo un joven estudiante creí reconocer en mí, confusamente, una vocación de escritor, no imaginé ciertamente la larga serie de volúmenes que he escrito, que llenan todo un anaquel de mi biblioteca, y menos todavía que mis libros serían un día traducidos a tantos otros idiomas. ¿Por qué voy a quejarme?.
He tenido momentos penosos.
He hallado a ruínes y envidiosos, ciertamente; pero también a leales y valientes.
¡Oh, amigos míos, tan acogedores y fieles, cuando os recuerdo y considero y considero, me siento orgulloso de vosotros!.
Es agradable ser escogido por aquellos que uno ha escogido a su vez.
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Otro me ha dicho: "¿Por qué seguir trabajando? ¿Por qué causaros tantas molestias?. Aunque nada hagais en el futuro vuestros ingresos están asegurados."
Esto es probablemente cierto, pero después del amor y la amistad, el arte me ha dado las más grandes alegrías.
No deseo retirarme de él en mis últimos años.
Uno puede ensayar siempre a trabajar mejor.
A pesar de mi edad, yo forjo proyectos.
Podría escribir mis Memorias cuyo comienzo apenas he esbozado.
Podría, en una serie de novelas, hacer reaparecer a los personajes de las que ya escribí y mostrarlos tal como han venido a ser treinta años después.
Podría escribir un pequeño tratado sobre las acciones.
Podría.....
Es algo sin fin y mis cuadernos de notas contienen una lista de proyectos que me mantendrían ocupado hasta los cien años.
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Sé que muchos de estos proyectos no verán nunca su día.
Sé también que alguno de esos libros quedará inconcluso, interrumpido en el más bello momento por la desaparición del autor.
Pero, ¿qué importa?.
No es necesario, para emprender una obra, tener la certidumbre de terminarla.
La dicha es concebirla y comenzarla. ¡Felizmente!.
Porque el joven no tiene más que el anciano la garantía de que llegará hasta la palabra "fin".
Y si un día no tengo ya la fuerza o el deseo de crear una nueva obra -me voy a la piscina, lo siento, llegaré tarde, terminaré luego- ,me queda el recurso de corregir las antiguas, y también el de releer a los maestros que me han ayudado a entrever la naturaleza y la vida.
Porque cuento con tantos buenos amigos entre los muertos como entre los vivos.
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Una última pregunta: "¿Le teneis miedo a la muerte?".
La de los seres que amo me parece la más grande de las desdichas.
Pero la mía...
La muerte no es un pensamiento.
Imaginar la propia muerte sería como ver al mismo tiempo un mundo en el que ya no estamos y uno mismo contemplando este mundo.
Ésto es imposible.
"Pero -se dirá- uno tiene que morir".
Yo respondo:
"Lo importante no es morir, si no vivir hasta el fin.
Morir es literalmente: arribar.
Más que nunca, importa que el piloto esté al timón".
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